Mi intención para el post de hoy era contar alguna tontuna que arranque un par de sonrisas en los lectores aquí y en italia, pero para contar tontunas hay que tener el día tonto, y la verdad, hoy no tengo yo ese día.
Quiero hablar de algo que he recordado mientras veía, sólo y a las 8 de la mañana, la Formula 1. Se trata de por qué nos gustan unas u otras personas, unas u otras situaciones.
Me explico.
Cuando era un chaval (aún lo soy) me enganché a la F1 no porque me gustase un deporte que no conocía, en el que no se marcaban goles y en el que aparentemente no pasaba nada. La razón por la que a los 14 ó 15 años comencé a ver la F1 es por mi hermano mayor. A esas edades y durante unos cuantos años más David y yo no parábamos de pegarnos... Bueno, más concretamente el me usaba a mi como saco de entrenamiento de sus artes marciales y yo daba golpes al aire en un vano intento de morir matando.
El caso es que nuestra relación de hermanos era más bien nula, al menos como yo entendía que debían tratarse los hermanos. Sin embargo, descubrí un lugar en el que David hacía de hermano mayor y no nos peleábamos. Eran las carreras de F1. Cuando había carrera yo no me la perdía, porque gozaba disfrutando de mi hermano mayor que me contaba batallas sobre motores, alerones y equipos. Al principio no me gustaba ese deporte y aunque ahora me apasiona se que busco en el sensaciones perdidas.
Más adelante, antes de venirme para Murcia solíamos quedar todos los amigos en casa de Jaime o de algún otro para ver la Fórmula. Cada uno llevaba un poco de comida, bebida o postre (en Murcia a eso lo llaman Sobaquillo) y nos pasábamos toda la carrera charlando de mil cosas. Incluso cuando esta ya había terminado seguíamos bebiendo Mojitos hasta las tantas disfrutando de la buena compañía.
El evento deportivo en sí es lo de menos en esos casos. Lo importante para mi es lo que sentía escuchando a mi hermano mayor o disfrutando de los amigos. Es posiblemente por eso por lo que me apasiona la F1, porque la relaciono siempre con momentos felices.
Las personas nos parecemos mucho a los perros... No porque ellos se laman las pelotas y nosotros lo intentemos si éxito, sino porque establecemos nuestros vínculos afectivos por asociación.
Los vínculos pueden establecerse con objetos, deportes, lugares, personas y cualquier otra cosa que se nos ocurra. Me gustaria que pensemos en lo que nos hacen sentir esos lugares o personas.
Cuando una hermosa chica no para de repetirte lo guapo y maravilloso que eres el corazón se acelera, la sangre se espesa y la boca del estómago se te cierra, atrapando en las tripas mil y una palabras que no dices, pero querrías. Suena algo burdo intentar describir los sentimientos en un blog, pero creo que todos y todas sabéis a qué me estoy refiriendo. Esas sensaciones hacen que queramos pasar más tiempo con esa persona, en parte, porque nos hace sentir guapos y maravillosos.
Es evidente que el chico o chica que nos hace “tilín” tiene muchas cualidades, pero egoístamente hablando y por encima de sus cualidades están las sensaciones que nos producen. Dicho de otro modo: si una chica no para de decirte que puedes volar, lo que te gusta, no es sólo su bonito culo, sino que realmente sientes que puedes volar.
Esto, así dicho en cuatro líneas es, obviamente, mucho más complejo. Seguramente mi siempre crítico Aguiwaca ya estará preparando uno de sus comentarios sesudos para rebatir mis comentarios y, como siempre con razón.
No obstante y salvando las limitaciones del medio en el que nos movemos. Un medio que me obliga a concentrar muchas ideas en tres líneas. Piensen en ello. Realmente somos un tanto egoístas en nuestra manera de trazar relaciones afectivas, y no necesariamente con la chica de la vista sin graduar.
Con los amigos ocurre también lo mismo. Si un amigo no para de reírse con tus chistes tus gracias y tus tonterías generarán en ti la sensación de ser un gran humorista y querrás seguir viendo a ese amigo para poder ser un Genio del humor.
Recuerdo un viejo amigo ya perdido en las profundidades del mar que me hacía sentir como si volviese a la escuela. Eran tantas las cosas que me enseñaba que lo buscaba siempre con el fin de sentirme así, aprendiendo. Al final se perdió, se fue y nunca más supe de él. En ocasiones pienso que se hartó de tener un alumno y no un amigo… es posible que los roles que asignamos a algunas personas sean injustos y una pesada carga.
Realmente mi reflexión es que somos egoístas. Establecemos vínculos emocionales pensando en nosotros y en las agradables sensaciones que las personas nos transmiten. Sensaciones que luego volvemos a buscar y que pueden llegar a ser una carga. Quizás el amigo humorista no quiera serlo, el profesor no quiera ensañarnos y la chica perfecta no quiera ser el ideal de nadie…
Disfruten de las agradables sensaciones de su gente, pero hagan lo posible por recordar que sólo vuelan los pájaros, todo el que enseña quiere aprender, el chiste más gracioso es la vida y la belleza es relativa.
No se olviden de ser felices y pintar la vida de azul!