A través de la ventana del coche los pueblos van pasando, uno tras otro, salpicando un paisaje de roja tierra y fríos peñascos. Un encinar saluda al viajero al otro lado de la loma y sobre ella el toro, el oxidado toro que ve pasar desde hace décadas a familias, turistas y viajantes.
En esos gélidos campos de Cuenca y Albacete el tiempo se detiene mientras las centenarias carrascas despiden el día. Bajo el seno de las lomas el sol modela con sus últimas luces, las formas del paisaje.
A ciento veinte kilómetros por hora todo parece ir rápido, pero al otro lado del cristal el campo respira a otro ritmo y nosotros, no nos damos cuenta.
2 comentarios:
Gracias por esa descripción poetica de bellas palabrasl en las que he podido dibujar ese paisaje y verlo atraves de tus ojos.
Definitivamente... eres el Conejo blanco...
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