lunes, 8 de diciembre de 2008

El Arte de vender ilusiones

Hace años que decidí no vivir de mi obra. Tampoco sé si lo hubiese conseguido, ya que son muy pocos los que pueden decir que viven de sus cuadros, sus fotografías, esculturas o cualquier otra manifestación artística.

Realmente admiro a quien cada día se levanta para intentar convencer al gran público de que su modo de ver la vida, las reflexiones que plantea a cerca del mundo que nos rodea y del mundo que llevamos dentro merecen unos cientos de euros o dólares.

Siempre me ha parecido que los artistas son como aquellos trotamundos del lejano Oeste que nos mostraban las películas de Hollywood. Esos señores que viajaban de pueblo en pueblo en un viejo carromato y vendiendo por dos dólares un brebaje que daría la eterna juventud o que sanaría el cuerpo y el alma. Hombres y mujeres que contaban a menudo con la participación de un Gancho entre el público que alababa y gritaba “ALELUYA” cuando bebía la milagrosa pócima.

Algo así como hizo Jesús con Lázaro… alguien se ha planteado si realmente Lázaro no era un Gancho?...

En fin. El artista es como esos maravillosos trotamundos, un embustero que se cree sus propias mentiras muchas veces, pero un honesto vendedor de pócimas milagrosas que realmente funcionan, pero que un día topó con el mercado, ese Gancho que le comió la oreja perspicazmente, en forma de Galerista o marchante, el gancho.

El su taller, el artista mezcla viejos ingredientes aprendidos de sus maestros con ingredientes de su propia cosecha para dar lugar al Arte, esa vieja fórmula que luego venden y que a menudo sana el cuerpo y revitaliza el alma (como el Redbull), pero que otras muchas veces nos deja igual que antes de consumirlo, enfermos de sociedad con pústulas de penosa indiferencia.

Admiro al artista por ser capaz de salir a la carretera todos los días con su maleta llena de nuevos productos y regresar a casa tras recorrer año tras año las carreteras de mil pueblos y alguna que otra capital sin haber vendido apenas nada.

Estos alquimistas del alma se encierran en su viejo carromato con la esperanza de hallar el brebaje milagroso que sane nuestras almas, que alegre un poco nuestros días o simplemente que nos haga ser un poco mejores. Con toda la ilusión del mundo salen a escena, en su viejo atril para vendernos esa pizca de esperanza por muy poco dinero… porque, es cierto que a menudo un gancho llamado mercado nos lía, pero, cuánto vale la formula que funciona?... qué precio le ponemos a ser un poco mejores?, a estar un poco más sanos?....

Hace tiempo que decidí que el polvo del camino no era para mi. Que no necesitaba asociarme con un Gancho para intentar convencer a las masas de que compren mis productos sanadores. Hace tiempo que decidí dejar mi carromato aparcado y encerrarme en él yo sólo, buscando el brebaje milagroso y que, de encontrarlo, no lo compartiría con nadie.

Posiblemente mi vida sea más fácil que la de ese trotamundos que es el artista. Tengo un trabajo, no viajo de pueblo en pueblo y siempre salgo a escena sabiendo lo que hay al otro lado del telón.

Una vida más fácil sí, pero que bonito sería recorrer esos caminos.

Con toda mi admiración a todos los que venden ilusiones, reales o ficticias, porque hacen del mundo un lugar más hermoso.

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