domingo, 20 de diciembre de 2009

Mágico Misterio

El viejo mago sabía que aquella sería su última función. Habían pasado sesenta y tres años desde que debutó en el escenario, temblando ante la crítica mirada del público, y esa noche estaban reunidos todos sus admiradores, para acompañarle en su última actuación.

Durante estos años habían pasado muchas cosas. Infinidad de números habían terminado en sonoros aplausos, carcajadas o rostros incrédulos con las bocas abiertas. Alguno de sus trucos no causó siempre el efecto deseado; como aquel conejo que salió muerto de la chistera, o aquella paloma que defecó sobre un espectador. El mago trató a cada uno de sus artificios con el mayor de los mimos, y siempre puso en ellos todo su corazón. El que algunos no saliesen como era de esperar no tenía la mayor importancia.

Aquella última noche debía de ser especial. Se había anunciado a bombo y platillo en los periódicos más reputados del país. Con grandes letras negras y titulares impactantes, los plumillas de los periódicos habían hecho llegar al gran público que aquella, sería la apoteósica actuación final del viejo mago.

Estaba nervioso, como un niño. A su memoria acudió su primer día en las tablas y las mismas sensaciones de entonces. Se secó el sudor de las manos en el pantalón y se puso su gran sombrero de copa. En un espejo se colocó la pajarita y por un instante vio a un joven y apuesto mago que tenía la vida por delante.

- El público espera señor - le avisó un chico que apenas cumplía los once años.

De entre las gruesas cortinas rojas del teatro salió el viejo mago y toda la concurrencia aplaudió con entusiasmo. Emocionado por ver a tantos y tantos viejos amigos, familiares y fiel público, el mago hizo una sentida y larga reverencia.

Para su última función había guardado su mejor magia. No quería terminar con conejos, palomas, o pañuelos que salen de la manga. Todo eso eran pamplinas, juegos de artificio para colegiales y prestidigitadores. Nada que un gran mago debiera rebajarse a hacer. No, en esta ocasión quería ofrecerle a su público la auténtica magia, la insondable magia que había descubierto durante ochenta años en los escenarios de su vida. La magia que llega al corazón de niños y mayores, la magia que no entiende de trucos, la magia inexplicable y llena de secretos.

Pidió silencio al público con un ademán de sus manos y este, casi al instante, calló con absoluto respeto. Hubo silencio.

Todo el teatro quedó enmudecido cuando el viejo mago derramó una lágrima y se llevó la mano al corazón. Con voz humilde y quebrada dijo:

- Gracias por todo, les quiero.

3 comentarios:

aguiwaka dijo...

Me too.

Anónimo dijo...

Estoy contigo y con el mago, la emoción es nuestra mejor arma, sin ella no se habrían escrito las grandes obras que alimentan nuestra imaginación ni se habrían pintado, fotografiado o esculpido las imágenes que fascinan a nuestros ojos, ni se habría avanzado en la ciencia, ni se habría llegado a la Luna, ni habríamos hecho los amigos que hemos hecho. Estoy contigo y con el mago, la emoción es la mejor magia.
(Tampoco habríamos asesinado y descuartizado a veinte personas pero esa es otra historia…)
Fatu

Veinte dijo...

Di que sí Fatu, que gran verdad verdadera. Yo haría que me mirasen los instintos asesinos esos que vamos detectando ultimamente. No sé, llámame hipocondriaco, pero tengo la extraña sensación de que estás peor de la cabeza que yo. Y eso es estar muy mal!!!

En cuanto a ti Aguiwaka, me too more.... y como ya estoy en la capital del reino esta semana quedamos y nos damos amor gay, lo que traducido es tomarnos unas cervezas brother!!

A ser felices!!!