Ser un perdedor o una perdedora no es algo agradable. Uno identifica a los perdedores como pequeños y patéticos personajes que no supieron hacerse con sus vidas, que dejaron que el miedo les dominase o no lucharon lo suficiente por lo que amaban.
Yo creo que perdedores somos todos, desde el primero al último de nosotros. Nos pasamos la vida perdiendo, perdiendo cosas valiosas.
Comenzamos perdiendo la inocencia, como ya he comentado a muy temprana edad. Perdemos la creencia y la fantasía también muy pronto, cuando nos dicen que los reyes no existen, que el ratón Pérez es ficción o que Papá Noel está en un clínica de desintoxicación para superar su alcoholismo y no darle así, palizas a Mama Noel.
De pequeño estaba convencido de que podía volar. Creía, que si no era capaz de volar era porque no lo intentaba con las suficientes ganas. Un día que había saltado desde el tercer escalón y me había hecho daño mi padre me regañó por imbécil, y me dijo que volar, sólo vuelan los pájaros. Aquel día fui también un perdedor, porque perdí el poder que tenía de volar.
Más mayores perdemos el miedo a fumar, al vino y al alcohol que teníamos de pequeñitos. Perdemos algún diente en el patio del colegio, fruto de nuestra primera pelea de pandilleros, y perdemos, cómo no, el odio por las chicas. Cuesta recordar cuando niños y niñas eran enemigos irreconciliables. Ellas, tontas mocosas que jugaban con combas, gomas y muñecas no nos interesaban. Nosotros, los chicos, éramos seres brutos e incomprensibles para ellas, unos idiotas o como se decía entonces… maricojonetagiliputarianos
Pero eso también lo perdimos. Como buenos perdedores extraviamos el odio a las niñas, para más tarde perder también nuestra virginidad y en un tiempo similar, el respeto que le teníamos a la figura de nuestros padres, siempre perfectos y sabios antes de los 14 y “unos auténticos carrozas que no tenían ni idea”, durante esa maravillosa Edad del Pavo.
Perdedor es el sujeto que algo pierde. Si pierdes muchas cosas eres un Gran Perdedor. Por lo tanto me confieso ser un Gran Perdedor. Perdí la virginidad, la niñez, la adolescencia y no sé dónde dejé la Edad del Pavo. Perdí las llaves que busqué por todas partes; a mi primer, segundo, tercer y cuarto amor, a muchas novias y a muchos, muchos amigos. Perdí a gente que tenía nuevecita, a algunos que tenía desgastados, a un padre que me dieron desde que nací y a tres de los cuatro abuelos. Perdí, como todo buen perdedor, el respeto por algunas personas, la ilusión por muchas cosas y un puñado de romanticismo que se deslizó por los bolsillos.
Busqué las laves que perdí, pero en el proceso perdí también la vista con la que tan claras veía las cosas. Tanto es así que acabé buscando las llaves en el fondo el mar… fíjate tú!, en el fondo del mar!!! .... Qué harán ahí unas llaves???
No es lo único que perdí, porque sé que perderé más cosas en los próximos años…
Sin duda perderé el norte y la razón. Perderé la consciencia más de una noche y el decoro otras tantas. El control sobre mi vejiga, puede que la memoria, algún que otro órgano que no sirva y el camino por el que transito.
Perderé, como llevo perdiendo toda la vida, amigos, amores e ilusiones, porque soy una persona que pierde, que extravía, un perdedor, como cualquier otro.
…
Y encontraré!
Porque lo mismo que pierdo, siempre encuentro.
Porque encontré el gustito por las chicas, encontré el sexo, el alcohol y la droga. Encontré la salida de la Edad del Pavo, el gusto por mis mayores, a unos padres diferentes y mucho más interesantes que cuando era niño.
Encontré a mi primer amor, al segundo, al tercero y al cuarto… y eso, es encontrar mucho amor!
Encontré novias, amigos nuevos que llenaron el hueco de los extraviados y reencontré algunos viejos, que resultaron no estar perdidos. Experiencias que me enseñaron, lecciones que aprendí, todo eso lo encontré.
Encontré la experiencia del cáncer, la serenidad del ser ausente y a una madre que creía perdida. Encontré dos hermanos que desconocía, el amor por la fotografía, el oficio de mi vida y una ciudad que me acogió.
Porque busqué las llaves perdidas me di de bruces con el mar y ya nunca quise salir de su maternal seno. Encontré nuevas ilusiones cuando perdí otras, veredas inexploradas cuando perdí el camino… y las ganas, qué ganas, de explorar!!!
Y en cuanto a la vista que perdí, no se preocupen, encontré un buen oculista.
Me he pasado la vida perdiendo y hallando. Soy, a partes iguales un perdedor y triunfador, como cualquier otro.
…
Sean buenos y vayan al encuentro de una sonrisa.