Es mentirosa. Dice siempre decir la verdad, pero miente porque su naturaleza no le permite hacer otra cosa. Mentirosa de tersos pechos y curvas atrayentes.
Es profunda. Ahora su pelo es negro azabache y corto, no mucho pero sí lo suficiente para enmarcar esos profundos ojos que me miran, invitándome a ver más allá de lo que en un principio hay. Quiere hablarme de su pasado, de lo que fue y ya no es, de lo que espera ser para mí.
Es etérea. Como lo es su recuerdo y el de su blanca piel y su melena roja. Como lo es la vida al otro lado del cristal estos días de invierno. Un borrón en mi memoria que sólo alcanzo a adivinar cuando el mechón que me dejó reposa entre mis dedos.
Es celosa. Y quiere más de mí. Pide constantemente que le de mis caricias, mis miedos y mis anhelos. Lo quiere todo de mí y nunca saciará su hambre. Es una devoradora de hombres.
Es una mujer de bandera. La enseño, orgulloso, ante todos los amigos, ante el mundo. Es un magnífico trofeo, una de esas mujeres que tienes la obligación de enseñar para que todo el mundo admire tus logros, tu gran logro.
Es cruel. Porque promete amarme y va con otros. Porque me dijo que me llevaría a lugares pasados, a recuerdos maravillosos, a la dulce infancia… y no, no lo hizo. Porque incumple las promesas que aún hoy me sigo creyendo, es muy cruel.
Es lasciva. Porque busca mi sexo como el de otros. Porque le da igual excitar a uno que a cien, a hombres o a mujeres. Desborda erotismo por cada poro de su piel y lo sabe. Es capaz de hacer que cualquiera llegue a un clímax erótico y quiera más.
Es mía. Como siempre lo ha sido, como siempre lo será. La quiero, la deseo y la amo por todo lo que es y lo que puede llegar a ser. Por sus promesas incumplidas y por las que en ocasiones cumple. Por ser una hermosa y mentirosa mujer de bandera que me mira con sus etéreos y profundos ojos, mientras provoca en mi una tremenda lascivia y unos crueles celos de cualquiera que la mire como yo.