Con un poco de retraso, debido en parte al tajo que tenemos estas semanas y en parte a que he tenido visita, he cumplido años y tenía mejores que cosas que hacer... les damos las buenas tardes.
Mi sana intención era la de escribir una historia entretenida esta tarde, pero me he quedado un tanto horrorizado ante lo que aún no termino de entender muy bien... la nueva masacre del gobierno Israelí contra un grupo de activistas en aguas internacionales.
La experiencia nos ha enseñado que la brutalidad humana no tiene límites. Hay niñas a las que les mutilan los genitales por absurdas creencias religiosas. Hay terroristas suicidas que con las mismas u otras creencias religiosas se inmolan en un autobús escolar. Hay curas pederastas, padres violentos, madres que prostituyen a sus hijas y toda una buena colección de barbaridades, que el ser humano es capaz de perpetrar. Realmente, y visto lo que uno ha visto en televisión, libros de historia y, por qué no decirlo, en la vida real, ya no sorprende demasiado encontrarse con atrocidades como esta de la que les hablo.
La sorpresa por lo tanto no es, porque se haya asaltado una flota con ayuda humanitaria que tan sólo pretendía aliviar la tremenda barbarie en que se ha convertido el sitio (porque no es un bloqueo, es un sitio) a Gaza. La sorpresa no es porque unos militares, políticos o chupatintas de pacotilla hayan decidido que 700 activistas con medicinas, comida y bienes de primera necesidad son un verdadero peligro para el estado de Israel. Entiendo la retorcida mentalidad del Sr. político que desde la comodidad de su despacho tiembla ante la idea de que un niño palestino reciba un juguete o medicinas para que sobreviva su niñez y su cuerpo. Es comprensible que el Sr. político tiemble ante la idea de que un niño palestino tenga una educación, o que una mujer en Gaza posea unas compresas con las que mantener tan siquiera un poco de higiene.
Supongo, que cuando el gordo político, al que llamaremos Netanyahu para no dar nombres reales, llega a su casa y abraza a sus niños, temblará porque estos sonríen o han aprendido a leer. Entiendo por tanto que no quiera tener tanto miedo y por eso le de el visto bueno a una chapucera operación en aguas internacionales, violando así absolutamente todas las leyes habidas y por haber.
Casi me da pena este Sr. Político que, junto a su amigo, el Sr. Militar, decide dar la orden de asaltar un barco repleto de esperanzas. Imagino el miedo que deben sentir estos señores cuando se sientan a ver en sus televisores las reacciones internacionales al suceso, la tibia declaración de la ONU y las "lamentaciones" del gobierno americano. Un gobierno que, no lo olvidemos, dirige un presidente negro (que poco queda ya de aquella ola de esperanza global que nos trajo Obama) ganador del Nobel de la PAZ.
Puedo entender todo eso sí. Entiendo el miedo a la educación, a la salud, a las duras reacciones internacionales y las severísimas reprimendas del Nobel de la PAZ. Entiendo casi todo. Como que unos soldados de elite usen las armas para reducir a unos activistas con palos y sillas que están siendo asaltados en alta mar.
Lo que no termino de entender es cómo no hay memoria.
Cómo un pueblo que sufrió el exterminio Nazi, lleva décadas exterminando sistemáticamente al pueblo palestino.
Cómo una generación a la que robaron la infancia en campos de exterminio, se permite ahora arrebatarles lo más preciado a los niños palestinos.
Cómo unos padres, madres, hijos y hermanos que sufrieron lo indecible para sobrevivir al Gueto de Varsovia no ven ahora el Gueto en el que han encerrado al pueblo palestino.
Cómo, los que han sufrido tanto, hacen sufrir a tantos.
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Sean felices, aunque el mundo no le deje.